El Flaco
contra el Gordo - Ajedrez en Cadaqués
- Lo siento, Marcel, si mueves ese alfil, Barnett
Newman morirá.
- ¡Un simple peón! Tu voracidad no conoce límites,
Salvador, pondrías tu juego en peligro por devorar un simple peón.
- Sabes que yo no temo engordar.
Cuando en 1994 una invasión de esculturas monumentales de
Fernando Botero tomó el paseo de
Recoletos en Madrid, se produjo una pintoresca manifestación protagonizada por
artistas y gente del mundo del arte. Estos enarbolaban pancartas con
reproducciones de obras de Alberto Giacometti, la galerista Soledad Lorenzo
incluso una estatuilla original.
Giacometti era el Antibotero, la imagen
ascética espiritual y descarnada de la modernidad, La sensibilidad anoréxica y
desmaterializada, europea y urbana se
enfrentaba contra la carnosidad materialista y agraria del sudamericano, lo
elitista y minoritario contra lo
populachero, lo fino frente a lo basto y ordinario,
Esta reivindicación de lo flaco contra lo
gordo, la escasez ascética contra una orgiástica superabundancia, aparece ya en
los comienzos de la modernidad
vanguardista, en la transición del arte orgánico y pastelero del modernismo a
la asepsia constructivista. La
reivindicación expresionista del Greco contrastando con la ubicuidad museal del
rubicundo Rubens.
El elogio de lo estructural implica una
apoteosis del esqueleto. Twiggy contra las vedettes del Paralelo. La chicha y
la molla representan lo superfluo liposuccionable.
La sensibilidad urbana industrial de la
modernidad está asqueada de la sensorialidad gastronómica y retiniana de la
deglución. El disfrute estético del ojo que devora es neutralizado por la
sagacidad del ojo que piensa, que lee.
Sherlock
Holmes, paradigma del ojo inquisitvo, - interpretado, como no, por Peter
Cushing- es flaco. De rasgos afilados, agudos como su intelecto. Duchamp
también es flaco y como Sherlock fuma en pipa. Esto no es una pipa.
La estética de Duchamp es fría, ascética y
austera. Como el misterio al que se enfrenta el detective plantea siempre un
acertijo. Su obra implica un sarcástico y velado elogio del voyeurismo bajo el
frígido disfraz de una estética mecánica.
Es una bomba de relojería cuidadosamente programada para situar la
figura de su autor en lo más alto del Parnaso de finales de siglo- Siglo XX-,
aupado en la gloria por la cita sistemática de un ejercito intelectualizante
que, ajeno al humorismo de su sonrisa
irónica, caerá mentalmente esclavizado a la estrategia de su implacable
mecanismo.
Duchamp veraneaba en Cadaqués, lo que
permitía mantener una amistad aparentemente contradictoria con Salvador Dalí.
Dalí podría haber sido el gordo, pero
físicamente era también flaco. Se había dedicado desde su expulsión del grupo
surrealista a cagarse sistemáticamente en la vanguardia. Defendía hasta el
canibalismo los valores nutricios y comestibles de la estética y se titulaba a
sí mismo Salvador de la Tradición Pictórica.
El procedimiento crítico paranoico daliniano
constituye en sí mismo un proceso de deglución, teñido de una golosa glotonería
refinada a modo de gourmandise, no solo de la realidad, sino de toda la
historia del arte y de la literatura. El resultado final de esta digestión
personalizante es la obra de arte como alquímico huevo excrementicio, la
gloriosa caquita áurea que expande las fronteras de la realidad y el
pensamiento tras surgir de los recovecos del laberinto intestinal del genio.
Este proceso exige la asimilación y filtración a través de un entramado
simbólico personal que se nutre de ella, provocando una transmutación de los
significados que determina la aportación creativa.
La obra de arte nace así de una necesidad
fisiológica, íntima e incluso indecorosa de expeler la información procesada
creando las redes de un mundo propio y personal. Esta génesis escatológica no
solo no se realiza en la oculta intimidad del retrete, sino que determina el
personaje social del artista en una ceremonia de exacerbación intestinal.
La estrategia duchampiana del ready made es,
por el contrario, de índole anoréxica y estriba en ni siquiera cocinar la
información. Es una apropiación de carácter frío, cerebral, que implica una
distancia con el objeto. Gran parte de
la obra de Duchamp- el Gran Vidrio, Étant donnés- gira en torno a otro proceso digestivo. El
del mecanismo de excitación del voyeur, donde el cerebro devora la imagen a
través del ojo creando un flujo energético, motriz y sexual.
Si el Flaco- como asceta desobjetualizado-
busca el éxtasis de un climax
distanciado en una excitación mecánica de índole masturbatoria, el falso
Gordo busca la satisfacción anal de la consecución de su tesoro excrementicio.
El Gordo y el Flaco se sentaban en la misma
mesa de un café de Cadaqués. Los dos jugaban al ajedrez o fingían jugar al
ajedrez, en una pantomima especular en la que estaba en juego el propio destino
de la historia del arte, enfrentando las tendencias en boga en aquellos
primeros años sesenta. Si ganara Marcel triunfaría el minimalismo, si lo
hiciera Salvador lo haría el pop. Esta apuesta los convertía en demiurgos
vacacionales influyendo de modo lúdico simbólico en el devenir de la vanguardia neoyorquina, que se resolvía
lejos de los rascacielos y de las galerías, en el apacible ambiente somnoliento
de la costa catalana. De un modo mágico e irreversible, los opuestos se
enfrentaban en el tablero y el destino se tejía en la partida aparentemente
inocua que servía de distracción a los maestros de la modernidad en aquel
atardecer de verano.
Los artistas movían las fichas con lentitud
ceremonial, rompiendo el silencio en contadas ocasiones. La luz anaranjada del
sol bajo se filtraba por la ventana del bar iluminando sus rostros graves,
bronceados y curtidos. El tiempo parecía suspendido en su meditación. Parecían estatuas de bronce dorado, graves, metafísicas. Los
parroquianos mantenían la distancia y procuraban no alzar la voz para evitar
molestarles. Conocían desde siempre al genio enloquecido que inexplicablemente
para ellos se había convertido en una estrella millonaria, lo que les provocaba
una admiración casi supersticiosa. Su amigo francés emanaba la seriedad de una
autoridad sabia y severa que infundía respeto en los payeses.
La partida quedó en tablas. Salvador ya no
prestaba atención al juego y comenzó a
perorar en su macarrónico francés metacadémico mientras Marcel se lo tomaba
demasiado en serio como para hacer ningún movimiento sin antes dedicarle una
larga reflexión que eternizaba la partida. Decidieron posponerla. Al día
siguiente la continuarían o bien
jugarían otra partida y al siguiente otra, o quizás la misma. Pero el resultado implícito de la apuesta
subyacente quedaría flotando en el aire.
Esto, y la persistente presencia en las
calles de Cadaqués en aquel momento crucial del fantasma de Walter Benjamin,
que acudía desde Port Bou en estas ocasiones empujado por la tramontana para
acercarse a tan buena compañía, pero a quien no dejaban entrar en la cafetería
por el motivo incuestionable de que al estar muerto podía causar una impresión
desagradable en la clientela, dieron como resultado del juego el comienzo de una carrera ascendente para
Andy Warhol.
Warhol reuniría una visión lúdica
enaltecedora de la baja cultura por medio de un juego de representación social
-Dalí- con una estética neutra e impersonal cercana al minimalismo –Duchamp-
basada en la factura seriada e industrial de su producción artística- Benjamin.
-
Salvador...¿ Notas en la ventana el espectro de Walter? Está haciendo señas y
arañando los cristales. Quiere que me reúna con él y no le dejan entrar porque
asusta a los turistas. He de hablar con él, dentro de treinta años hordas
mediocres nos citarán a ambos obsesivamente en los textos de sus catálogos. Lo
estamos planeando meticulosamente .
-
Amigo Marcel, ya dentro de poco la
vanguardia naufragará en su propia tontería y a nadie interesarán estas pamplinas.
-
Otra vez quedamos en tablas, una cosa no quita la otra. Me voy con el espíritu
de Walter a tomar el aire, lo cual es bastante económico.
Dalí, por su parte, pidió un vaso de vino
blanco y una ración de caracoles. Se quedó meditando en el bar. Decidió viajar
esa misma semana a Nueva York, para dar a Andy nuevas clases de interpretación
y de paso visitar a algunos magnates a los que creía poder colocar su última
producción de cromos a precios astronómicos.
Su pensamiento vagó hacia una fría mañana,
pocos años antes, en la lejana Nueva York...